«1984» de G. Orwell decimotercera lectura

Una de las cosas que más llama la atención al crear un club de lectura en el medio rural en los días que corren es que funcione. Y que funcione de verdad. Y sin embargo en ocasiones suceden estas cosas. Prueba de ello es la foto que ilustra esta entrada del pasado sábado 21 de enero en las instalaciones de la ACAT -Asociación cultural de amigos de Treviana-. Y es que a cada nueva sesión que transcurre, todos salimos ciertamente satisfechos.

Como también lo estuvimos por dar la bienvenida a Javier y contar con la presencia de Mariví, que es miembro del grupo desde sus inicios, pues siempre ha seguido las lecturas desde otro punto del país. Y es muy grato señalar que este grupo supera ya, tras más de un año de creación, la veintena de participantes, también venidos de diferentes puntos geográficos. Como decíamos, a cada evento que transcurre, todos quedamos ilusionados por este descubrimiento del hábito lector en este rinconcito riojano. Un reducto literario ansioso por juntarse y pasar un buen rato hablando de las variadas impresiones de nuevas lecturas.

Esta vez fue la del libro «1984» de George Orwell. Una lectura dura, exigente, densa en ocasiones pero con un mensaje que no deja indiferente a nadie. Un mensaje que, en la actualidad, es más necesario que nunca.

El premonitorio relato de Orwell -no olvidemos que fue publicado en 1949- nos habla del uso de micrófonos y telepantallas, que no dudan en inmiscuirse en los intersticios de la realidad de los protagonistas. De esa forma, hace referencia al control exhaustivo por parte del Hermano Mayor o Gran Hermano al conjunto de la sociedad estratificada en integrantes del Partido del Interior, el Partido del Exterior y los proles.

La propia lectura, ciertamente intensa, nos revela un escenario en el que nadie está a salvo. Inclusive los mismos pensamientos pretenden ser observados. La maquinaria funciona a la perfección por la integración de las normas establecidas en la misma población.

Winston Smith, con cierto escepticismo a su cotidianidad e indagador de su propios sentimientos, creerá poder traspasar esos límites impuestos. Sin embargo, todo no es lo que parece.

El debate, como no podía haber sido de otro modo se extendió largamente, se acaloró en ocasiones y, en definitiva, si la lectura la transponemos a la realidad, nosotros mismos, como sociedad, tenemos que ser conscientes de que, por mucho que lo neguemos somos muy influenciables. Por poner un ejemplo, solo hay que introducirse en un vagón de metro una mañana de cualesquiera semana en cualquier ciudad y soltar un «buenos días» a la prole. La reacción de los pasajeros no nos dejará indiferentes. O quizá sí. En cualquier caso veremos a la muchedumbre agrisada, acunada por el movimiento del vagón, inmersa en cachivaches y, aunque no lo queramos, es muy probable que, asumiendo esa pérfida indiferencia, saquemos del bolsillo nuestra propia telepantalla armada con sus micrófonos y seamos nosotros mismos quien la aproximemos a nuestra propia nariz.

Quizá enviemos algún que otro WhatsApp. Entonces, sin ser siquiera conscientes de ello, estaremos dando forma a esa «neolengua» que, tal como pronosticaba Orwell, quedará instaurada hacia el año 2050.

Uff…, ¡qué horror!

Para paliar el efecto de las líneas anteriores es necesario tener muy presente que el hábito lector puede ralentizar, acaso, esa dinámica a la que estamos abocados.

Y son estas cosas las que nos ofrece la literatura. La siguiente lectura será «Invierno» de Elvira Valgañón y habrá sorpresas.

Estamos impacientes de poder contároslas. Pero para eso esperaremos a que llegue el 25 de febrero.

¡Nos leemos?

Comparte esta entrada: